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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Una semblanza de Burmeister en una conferencia pronunciada en el Museo por Don Aníbal Cardoso (2/5/1942)..

Transcripto del AHMACN por:  Hugo P. Castello, MACN:  en comisión en la Fundación de Historia Natural "Félix de Azara". 2012.


Conferencia brindada por el especialista en numismática, Don Anibal Cardoso, en el Museo el 2 de mayo de 1942.


Señoras y Señores
He sido designado para dirigir la palabra en este acto, por ser el único que, dentro de este Museo, ha conocido y tratado al Dr. Germán Burmeister.- Mi amigo y compañero, don Pedro Serié, compartió conmigo ese honor, pero, desgraciadamente la cruel enfermedad que lo tiene postrado le impide concurrir a este acto, para recordar al sabio organizador de nuestro primer Museo Público, a cuyas órdenes estudiábamos o trabajábamos.- Voy a empezar estos recuerdos desde el año 1878, aunque yo lo había visitado en 1874, siendo yo muy niño.
Nuestro primer Museo Público-como se lo llamaba en aquel entonces- era hace setenta años, mas bien una exposición de antigüedades de todo género, que un museo de ciencias naturales, pues allí iba a parar por donación todo aquello que llamaba la atención del donante, quizás juzgaba, según su entender, que esa curiosidad o fenómeno,- como en ese tiempo se le llamaba- era digno de figurar allí expuesto al público.
De la época de Rivadavia se conservaban varios objetos coloniales del antiguo Fuerte y otros edificios de ese tiempo; una serie de cuadros de la Conquista de México, pintados sobre madera y con incrustaciones de nácar, una momia egipcia, en un cajón de madera de forma antropomorfa, cubierto de escritura jeroglífica, detallando la historia de la reina o princesa allí encerrada; unos cuantos objetos de piedra, bronce y alfarería griega, etrusca, romana y egipcia; un armarito de nogal tallado, conteniendo la colección de monedas griegas y romanas que perteneció al R. P. Casone, Guardián del Gabinete Numismático del Vaticano, comprada en 1823, en París a M. Duresne de Saint-León, a la que se agregó el Sr. Rivadavia, como donación, diez cuadros de caoba con doble vidrio, que contienen dos colecciones de grandes medallas representando hombres célebres, sabios y guerreros ilustres.
Rivadavia, fue no sólo el fundador del museo, sino también, el fundador de la Sección Numismática del mismo, pues adquirió otras colecciones valiosas, con las que se formó la base de ese ramo de la Ciencia en nuestro país.
De la época de Rosas, figuraban en muy modestas vitrinas, cuchillos y divisas rojas de los hombres de la mazorca, la famosa “máquina infernal” destinada a matar al tirano; las boleadoras con que se trabó el caballo del General Paz, cuando fue hecho prisionero y muchas otras cosas de aquel tiempo.
Desde aquella época empezaron a remitirse al Museo, piezas de historia natural, consideradas importantes, raras o “fenómeno” por sus donantes. Piedras de formas caprichosas, maderas petrificadas y minerales, luego peludos, mulitas, lagartos y víboras y alguno que otro cuadrúpedo o ave embalsamados, como llamaban antiguamente a cualquier vertebrado relleno de paja, aserrín, lana o algodón, tan mal preparados, que su aspecto, por demás interesante, era capaz de curar el hipo a cualquier observador, especialmente si era naturalista. Y en esto no hay calumnia ni mala voluntad, pues recuerdo bien a un puma tan gordo como un carnero “Lincoln”, y un gran pingüino de los llamados “manco” o “pájaro niño”, al que le habían introducido brutalmente en el cuero fresco, un palo de escoba para rellenarle el largo pescuezo hasta darle la altura de cerca de un metro, lo que le permitía exhibirse muy orondo en su vidriera como el tambor mayor de toda la familia acuática que le acompañaba.
La sección de teratología presentaba ejemplares notables, por que eran de los feo… lo mejor: Corderos con dos cabezas, otros con seis u ocho patas; terneros con iguales o mas defectos; pollitos con dos picos y cuatro ojos; gatos y potrillos muy extravagantes- había uno de ellos que tenía el hueso nasal excesivamente largo hasta formar una nariz respetable. Creo que la exhibición de esa vitrina fue la causa de que, en aquella época, nacieran muchos muchachos con una representación muy distinguida.
Todas estas cosas y muchísimas otras, fueron reunidas y amontonadas con poco orden en vitrinas sencillas por los antiguos directores del museo, hasta que ocupó ese puesto Don Manuel Ricardo Trelles, quien lo organizó algo mejor. Ese era el Museo que yo conocí en 1878, pero conocí algo más importante: conocí al Dr. Burmeister
Yo visitaba a esa Institución- ya en camino de prosperidad- para aumentar mis conocimientos en Ciencias Naturales, especialmente en lo referente a nuestro país...Y allí, en las salas de zoología, pasaba las horas con la nariz pegada a las oscuras vitrinas tomando apuntes. Esto pareció sospechoso a un guardián que me espiaba hacía tiempo y que se aproximó un día que me hallaba en la sala de ornitología para preguntarme para que tomaba esos apuntes. Le contesté que estudiaba la fauna del país. Sin decir palabra se dio vuelta y fue hablar con un señor anciano, alto y embutido en un largo levitón que estaba de pie en la puerta que comunicaba con la otra sala y, por los movimientos que hacía mi “inquisidor” al hablar comprendí que daba cuenta de su investigación. El viejo lo escuchaba sin hacer el menor gesto y luego, sin más espera, se vino derecho a mi y con labios sonrientes me dijo mientras me palmaba suavemente mi hombro: “Estudia muchacho. Estudia que esto es bono ¡y se alejó por entre las vitrinas centrales seguido por el otro. Cuando pasaron de regreso no pude resistir mi curiosidad y tiré del saco a mi “inquisidor” preguntándole quien era aquel señor anciano. Me miró sorprendido y dijo: “Pero…. Si es el Doctor Burmeister”…. Y siguió su camino con un gesto que parecía decir” mire Ud. que no conocer al señor Director”.
Al día siguiente pregunté a mi inquisidor que cargo desempeñaba allí. Se enderezó con arrogancia y contestó: “Yo soy Moetzer, el naturalista cazador”, y acompañó sus palabras con un gesto de recomendación agregando: “Parece que Ud. no conoce a nadie aquí”. “Pues bien: después de nosotros, el Sr. Director y yo, hay el secretario y el portero González. Es todo el personal; pero si hay mucho trabajo, se llama al Sr. Montquillot o algún otro, pero lo principal “lo hacemos” el Sr. Director y yo.” Por supuesto que decía todo esto “sotto voce” y mirando a todos lados, pues si llegaba a saberlo Burmeister….
Así conocí aquel sabio que al principio se mantuvo alejado y huraño, hasta que, mas tarde se dulcificó y al pasar, sonreía haciendo una mueca extraña. Mas tarde, viéndome tan estudioso, se aproximó a preguntarme que pensaba estudiar “Medicina y Ciencias Naturales” le contesté. Esto le encantó y se hizo más comunicativo y más afable. El estudio era para Burmeister más que una necesidad, era un placer, un imán que lo atraía. Algunas veces lo vi. en su estudio, escribiendo rápidamente sin levantar la cabeza. Otras lo vi. absorto, mirando sin ver, los anteojos alzados sobre la frente y la mano izquierda revolviendo el cabello, buscaba la solución de un problema y trataba de refrescar la mollera. De pronto soltaba un gruñido y escribía rápidamente el resultado de su meditación! Eureka! El nudo estaba deshecho; la incógnita resuelta. y Burmeister se levantaba transfigurado, la mirada chispeante, la sonrisa en los labios; y ágil, como si tuviera cincuenta años menos, empezaba a pasearse por su pequeña salita, para desentumecer las articulaciones de sus huesos viejos y despegar el cerebro de la carga de ideas contrarias a lo que acababa de descubrir.
………………………
 

Don Anibal Cardoso, quien llegó a conocer personalmente a Burmeister.
(Foto Tarjeta postal del Estudio F. Bixio & Cia. (B. de Irigoyen 185) (AHMACN, sin No.)


El Dr. Burmeister nació en Stralsund (Pomerania) el 15 de enero de 1807.Educado en la férrea disciplina de una Universidad prusiana, adquirió allí, junto con sus grandes conocimientos, un temple de hierro y, cuando salió con su diploma de doctor en ciencias era una mitad sabio y la otra mitad granadero de la escuela de Federico el Grande. Recorrió la América del Sur en los años 1857 a 1860, en que se embarcó para Europa. Volvió aquí a fines de 1861 y fue nombrado Director del museo, en Febrero de 1862.
Cuando conocí al Dr. Burmeister en 1878, yo tenía 16 años y el 71. Era un hombre alto y delgado-Al recordarlo, me parece verlo-Vestía un prolijo aseo de levitón largo y pantalón ajustado. Su cara ya arrugada, ostentaba un bigote mediano sin recortar y su cabello algo ondulado, estaba siempre peinado cuidadosamente, y solo cuando estudiaba algo muy difícil y se rascaba la cabeza, o atrapaba alguna rabieta, perdía sus líneas impecables.
El Dr. Burmeister era un gran sabio y un gran caballero y hubiera sido una gran figura social, si su carácter intransigente, su modalidad despreocupada y su indiferencia por la exagerada etiqueta de la gente amanerada, no se lo hubiera impedido. Burmeister era esclavo de la ciencia y admirador del talento, en cualquier cerebro que hallara. Habría pagado diez onzas de oro por una cabeza completa de caballo fósil, y no hubiera dado un real por diez figurones de sociedad sin ciencia ni talento. Yo presencié en el museo algunas discusiones entre Burmeister y varios de esos hombres de dinero, que, por tenerlo en abundancia, creían poseer conocimientos suficientes para hacer objeciones y discutir cualquier cosa. Burmeister entonces se transfiguraba; la mirada brillante, el cuerpo erguido, explicaba el asunto, demostraba la verdad del caso y presentaba pruebas que evitaban toda discusión, pero, si el otro hacía una observación o un gesto de duda se exasperaba, alzaba la voz, y gesticulaba briosamente; y cuando el otro muy poco convencido se despedía y alejaba enfuruñado murmurando “ No se puede discutir con este viejo loco”, Burmeister que había quedado dueño del campo, lo miraba alejarse, primero con rabia y luego con lástima, después se encogía de hombros y decía bien alto en su media lengua criolla, sin importarle que el otro lo oyera:” ¡!Este es un iñorante e un buro!!”.Es que, había en aquella época en Buenos Aires, mucha gente que no se había preocupado en estudiar ciencias y, justamente los mas viejos que debían ser los demás conocimientos, eran los mas atrasados, siendo las mujeres ocupadas en asuntos caseros, la religión, recibir y devolver visitas, las que sobresalían en ignorancia- salvo, como debe suponerse, algunas excepciones-
Citaré un ejemplo. Un día llegaron al museo dos señoras cincuentonas acompañadas por media docena de señoritas a visitar las colecciones. El Dr. Burmeister las guiaba y atendía solícitamente con su mayor finura. Cuando llegaron al grupo de grandes cuadrúpedos, una de ellas que hacía de capitana se detuvo de pronto y dijo “ Dr. Me han dicho una cosa que yo lo tomo como broma y quisiera que Ud., me sacara de dudas”.
“¿Que cosa señora?“ “Me han asegurado… pero creo que es un chiste-que la vacuna contra la viruela se saca de las vacas”…. .Burmeister la miró sorprendido en la duda de que aquello fuera ignorancia o le hacían un chiste a él. Revolvió los ojos haciendo una mueca indefinible, pero rápidamente se repuso; una ocurrencia burlona de las pocas que le conocí se le vino a los labios, y contestó inclinándose cortésmente y con su tono mas amable:- “No señora no se saca de las vacas sino de las mamas de las terneras!”un revuelo entre las damas, seguido de un murmullo de asombro. Las muchachas se miraron y enrojecieron hasta las orejas creyéndose aludidas, suponiendo, tal vez que las “mamas” se referían sus mamas, pues en esa época era muy frente suprimir el acento de ese vocablo y llamar “mama” (sin acento) a la madre. La capitana, por su parte, no perdió el tiempo, con una leve reverencia y un seco “Para servir a Ud.” enfiló hacia la puerta muy erguida y pisando sus talones, seguida de la compañía,
Burmeister pareció darse cuenta que no había habido chiste ni burla, pero, resuelto a no parecer culpable, se encogió de hombros, las miró alejarse con tristeza y murmuró; “Que lástima: cuanta iñorancia”. Para él la respuesta era científica; si ellas la tomaran con malicia… allá ellas! A él le importaba un comino.




Caricatura de Burmeister junto a sus fósiles,  lo muestra relativamente joven.
en el cajón se puede leer: Fossiles (sic) al director del Museo. Autor desconocido, (AHMACN sin no.)

Para algunos estas cosas parecían una brutalidad o, por lo menos una grosería; pero si tiene en cuenta que hay preguntas tan ambiguas que parecen “tomadas de pelo”; si se piensa que a un hombre de estudio, por el hecho de estar al frente de un instituto público se le puede molestar con preguntas estúpidas, y esto se repite con frecuencia; justo es admitir una reacción violenta si el preguntón era un porfiado pretencioso: moderada pero fría si se trataba de un hombre o una mujer que lo hacía inocentemente por el deseo de saber lo que ignoraba.
Ya en aquel tiempo se acostumbraba en este Museo informar al público gratuitamente cualquier informe que se solicitaba, pues Burmeister tenía en cuenta la escasez de libros al alcance de todos. Las enciclopedias y los grandes diccionarios, como las grandes bibliotecas públicas eran escasas, y esto se subsana con un informe verbal, conciso pero claro que debía bastar al solicitante; mas si éste pretendía saber mejor el asunto, la tormenta estallaba.
Esa facilidad en obtener informes gratuitamente, causaban al maestro mas de una contrariedad, pues no faltaban los verdaderos ignorantes, los que nos sabían leer ni escribir, que consultaban sobre “aparecidos”, Brujas, mal de ojo, daño, etc.
Burmeister contestaba que esas eran supersticiones muy antiguas. Y que también las tenían los aldeanos “iñorantes” en Europa. El preguntón acataba en silencio la opinión del sabio maestro y se retiraba satisfecho; pero alguno mas desconfiado meneaba la cabeza con aire de duda o decía: “mire que yo he visto, mire que yo sé….” Burmeister daba un bufido y escupía una docena de palabras, mitad en alemán y el resto en “castilliano” que no admitía réplica. Después se ponía a trabajar briosamente para olvidar el asunto.
Burmeister era un hombre de hierro y tenía un corazón de oro. fuerte con los soberbios, era bueno y hasta dulce con las personas sencillas, perdonándoles su falta de instrucción, pero no perdonaba la ignorancia presuntuosa. Había en él, a veces, algo de infantil recordando que también había sido niño. Un día fue al Museo una señora de aspecto muy pobre acompañada de dos hijitos: una niña de siete años y un niño algo mayor. La niñita se extasiaba mirando los pajaritos de las vitrinas y no podía contener sus exclamaciones de asombro y alegría. La madre la contenía para que no saltara y gritara, diciéndole que allí se debía guardar silencio. Burmeister hacia largo rato que observaba aquel cuadro desde lejos. De pronto se adelantó al grupo y preguntó a la niña que pajarito le gustaba mas.-“Este señor y aquel… y este otro!” “Teufel” (diablo) exclamó riendo el sabio-“Por lo visto ¿te gustan todos?” “los lindos si, Señor”, contestó la niñita. Burmeister llamó al infalible Moetzer y le habló en alemán; y pocos momentos después volvió éste con una caja de cartón de donde el sabio sacó triunfalmente un lindo pajarito que entregó cariñosamente a la niñita, y luego un cobayo overo (taxidermizado) que dio al niño, quienes lo recibieron con alegría como si fueran joyas. Eran piezas con algunos defectos de preparación que se retiraban de las vitrinas para repartir a las escuelas.
Así era Burmeister con los pobres cuando eran limpios, educados y respetuosos; el sucio el guarango y el atrevido no eran acogidos con amor. El viejo sabio admiraba el talento y despreciaba la ignorancia. Se trataba con lo mas granado de nuestra sociedad; Mitre, Avellaneda, Sarmiento, López Lamas Trelles y cien mas eran sus amigos predilectos.
He visto a Burmeister discutir empeñadamente, pero sin violencia, con hombres inteligentes, sin una frase hiriente ni grosera.
Lo he visto reír a carcajadas, cuando se reunía con personas de su relación y conversaban de distintos temas, pues en todos era maestro; pero cuando se presentaba un "buro iñorante" con la albarda cargada de necedades, entonces cambiaba el hombre y también la escena. Este era Conrado Germán Burmeister, en su vida científica y social. Pasemos ahora a sus trabajos.
…………………………..
Burmeister se hizo cargo de la dirección del Museo en Febrero de 1862. Su primera tarea- y no pequeña- fue transformar aquel museo de curiosidades heterogéneas en una institución científica. Para esto trató de organizar con los pocos medios, en personal y dinero, de que podía disponía, los tesoros entregados a su custodia; y ellos fueron cuidados con esmero por aquel sabio excepcional, para cumplir con el deber de dirigir un museo tan raro y de escaso valor que se había confiado a su saber y honradez. En vitrinas que parecían estanterías de almacén, fueron guardados en orden los objetos que componían las colecciones. Se armaron grandes esqueletos de fósiles que se colocaron en vitrinas centrales en las largas salas: (antiguos claustros de la iglesia y Colegio San Ignacio) y se activó la preparación de animales de toda clase, para iniciar la formación de un museo de Historia Natural como él lo deseaba.
Mientras se efectuaba esta larga y penosa tarea, Burmeister se ocupó, personalmente, en reunir libros para formar una buena biblioteca científica de Ciencias Naturales, Geografía, Historia, viajes, etc. Para esto recurrió a las Oficinas del Gobierno y bibliotecas particulares de todos aquellos hombres amantes al estudio que quisieran donar libros. Con el dinero destinado a adquisiciones hizo comprar en Europa de grandes obras, poniendo su empeño personal y relación con libreros de Alemania, para adquirir a precio bajo, obras importantes que hoy son reliquia y están agotadas sus ediciones. Mediante este esfuerzo, formó una biblioteca científica, que es la mejor en su clase de Sur América.
Como he dicho antes, el personal del Museo se componía de Burmeister, el Secretario Péndola, el cazador Moetzer y el portero Gonzalez. Cuando había que armar esqueletos o preparar piezas para exhibición y el trabajo era mucho se recurría a algún preparador de afuera.
A pesar del mucho trabajo que tenía, Burmeister empleaba horas del día y de la noche para atender su larga correspondencia científica con naturalistas extranjeros y particularmente en nuestro país. Esas largas horas de estudio nos dejaron una brillante muestra en sus tres grandes tomos de “Anales del Museo”, escritos con excelentes descripciones de fósiles y especies vivas de nuestra fauna, agregándosele magníficas láminas dibujadas prolijamente por él mismo.
Ya he dicho que Burmeister era un hombre activo y laborioso. La falta de operarios de otra clase y de recursos para pagarlos obligaba al viejo sabio a suplirlos y hacer el oficio de carpintero, pintor, tapicero, y hasta albañil. Un día lo encontré revocando con yeso unos agujeros en la pared de su despacho y como me llamara la atención su trabajo me dijo muy satisfecho: “Así hacemos en Germania para taponar agujeros en muros interiores, donde no hay humedad. Yo aquí tengo yeso para copiar huesos, pero no tengo “areniglia” de albañil.
Yo había visto muchas veces hacer ese trabajo y como cosa de muchacho había metido la cuchara y aprendido algo. Quise ayudar al viejo maestro. Burmeister miró mi trabajo de reojo y cuando vio que lo hacía bien exclamó muy contento: “!!Bravo muchacho me gusta que sepas trabajar de todo, por que el hombre debe saber hacer todo y no andar paseando con guantes y “farita” como tantos potarates ¡(1)”
Todos esos trabajos manuales no acobardaban a Burmeister, pero fueron su pérdida, el 18 de febrero de 1892 a los treinta años de ocupar la Dirección del museo quiso componer un armario muy alto y subió a una escalera y como esta vacilaba, tuvo miedo de caer (tenía 85 años), se apoyó en una ventana próxima, esta se abrió de golpe, chocó contra la escalera y derribo a Burmeister contra el armario rompiendo el cristal que le abrió la arteria frontal (femoral?), produciéndole una gran hemorragia que, a su edad le ocasionó la muerte el 2 de mayo de 1892. Antes de morir quiso dejar algo a nuestro país y a ese museo al que tanto amaba: nos dejó como sucesor en la Dirección al Dr.Carlos Berg, sabio maestro al que recuerdo también con igual cariño y respeto.

Mayo 2 de 1942. Anibal Cardoso,
Jefe de la Sección Numismática del Museo Argentino de Ciencias Naturales.


Nota
(1) por “botarate”: Hombre alborotado y de poco juicio.

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