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martes, 26 de febrero de 2013

Una visión sobre el Museo Público de Buenos Aires según dos investigadores extranjeros y uno local

Hugo P. Castello, 2013.  MACN: en comisión en la Fundación de Historia Natural "Félix de Azara".

Un periodo de bonanza en los albores del Museo Público de Buenos Aires (1862-1876)

Dos escritores extranjeros Andermann (sin fecha) y Sheet-Pyenson, 1988) y el naturalista argentino Holmberg, (1878) se han ocupado de darnos una visión de los avatares que debió enfrentar Burmeister durante las tres décadas (1862-1892)  que estuvo a cargo del Museo Público.
Sigue a continuación un resumen de la visión dedichos autores.
En vez de tener su museo subordinado a la Universidad, tal como había sido dispuesto originariamente  en 1854 al crearse la Asociación Amigos de las Ciencias Naturales del Plata, Burmeister consiguió, al hacerse cargo del Museo en Febrero de 1862, que se le otorgara la “dirección independiente” del museo  y que se reportara directamente al Ministro de gobierno de la Provincia de Buenos Aires.*
Durante las presidencias de Mitre (1862-1868) y la de Sarmiento (1868-1874) el Museo prosperó y pudo disfrutar, por lo tanto, de considerable autonomía, y de de un subsidio inicial de 20.000 pesos.
Burmeister transformó al museo en una institución organizada de acuerdo a principios científicos,  como el dijo, “ordenada de  acuerdo a costumbres europeas”. Cuando el llegó, la colección de aves había sido ordenada de acuerdo al color y el tamaño. Separando a las cotorras de las pinturas y de la cerámica, Burmeister dividió al museo en tres secciones principales: arte, historia y ciencia, dándole énfasis a las ciencias naturales.
La Sección de Arte, dijo Burmeister, no tenía una sola pintura o escultura de primer orden.
La Sección de Historia, que era muy valiosa contenía objetos arqueológicos tales como momias, monedas, y artefactos domésticos, al igual que objetos recientes, tales como trofeos de guerra y el escritorio de Rivadavia.
Pero fue la División científica, la parte dominante del museo desde su creación, que particularmente atrajo la atención de Burmeister, que personalmente era un paleontólogo.
La feliz relación de Burmeister con el gobierno, que proveía fondos para los gastos diarios, al igual que para la adquisición de libros, especimenes y el mantenimiento del edificio, duró aproximadamente  15 años.

Problemas de finanzas (1876-1892)

Durante el periodo 1876-1892 los problemas económicos y financieros del Museo se agravaron. La falta de fondos se extendió a lo largo de 15 años y cuatro presidencias: desde la segunda mitad de  la presidencia de Avellaneda (1874-1880) y durante los mandatos de Roca (1880-1886), Juárez Celman (1886-1890) que renunció en el medio de una grave crisis económica y financiera; y por último Carlos Pellegrini (1890-1892), que completó el mandato..
Hacia la mitad de 1876, Burmeister recibió la primera de una serie de directivas solicitándole que cortara los gastos. Ese año, el presupuesto total fue reducido un 15%, a la suma de 30.000 pesos. Al año siguiente los fondos anuales fueron reducidos a 20.000 pesos. Todas las áreas de la actividad del museo sufrieron como consecuencia de su primer serio impedimento a su continua expansión. La revista del museo, Anales del Museo Publico, que había sido costeada con fondos especiales del gobierno desde su lanzamiento en 1864, suspendió su publicación, la que no se reanudó hasta 1883.**
En el ínterin, el museo no tuvo revista especial para mantener el canje con los museos extranjeros y llamar la atención sobre sus descubrimientos. Las restricciones financieras impidieron por lo tanto la habilidad del museo de incentivar, diseminar o retribuir las investigaciones basadas en sus colecciones.
Por otro lado la biblioteca del museo que contenía numerosas publicaciones estaba cerrada al público a causa de la falta de un bibliotecario Mas aun, la escasez de personal competente, significaba que la introducción de nuevas atracciones para el público, como por ejemplo conferencias populares, estaba más allá de discusión.
La reducción presupuestaria había reducido al Museo de Buenos Aires a una condición tal que no se podían alcanzar los fines educativos ni los científicos. Una segunda directriz del gobierno para economizar, emitida en 1881 forzó a Burmeister a defender su presupuesto. El argumento que los gastos no se podían reducir aun más, debido al continuo incremento de las colecciones y a los costos crecientes de los libros científicos y publicaciones periódicas. En realidad, como resultado de los pocos fondos disponibles, Burmeister había gastado 25.000 pesos de su propio dinero durante el año anterior. A partir de ese momento en adelante la relación de Burmeister con el gobierno se deterioró sostenidamente. Los pedidos especiales eran rechazados  si es que eran contestados. Como resultado de ello ni el staff ni las colecciones recibían las atenciones necesarias.
Cuando Henry Ward, el famoso comerciante de fósiles y especimenes para zoológicos visitó en Junio de 1889, lo que el denominó el “Museo de Burmeister” en la calle Perú, este había caído en un triste estado de abandono. Ward se quejó de las “destruidas habitaciones” y el pobre mantenimiento de lo que había sido un buen material. Ward registró en su diario el alto valor de la colección de fósiles pampeanos y, dos días después, regresó para hacer una nueva visita.  El mismo Burmeister, en ese entonces con 82 años, mantenía las riendas del poder, pero para entonces se había enemistado con todos, inclusive con su propio hijo, por su tendencia a ser irascible. Sólo la muerte, tres años después (1892), lo forzó a soltar el control que él había mantenido del museo durante 30 años. Increíblemente esto ocurrió como consecuencia de golpe y corte con un vidrio que sufrió en una pierna cuando se cayó de la parte de superior de una escalera en el propio Museo. (Sheet-Pyenson, 1988).

Mayor énfasis en las colecciones y biblioteca que en la exhibición

Al igual que los directores de museos de otros continentes, los curadores de museos en Argentina adquirían especimenes a través de las compras, intercambios y las donaciones. Operando siempre bajo restricciones financieras al igual que en el exterior, pero haciendo uso de un mayor número de empleados, los museos argentinos (La Plata y Buenos Aires) volcaron los esfuerzo de sus empleados permanentes hacia la expansión de sus colecciones. Periódicamente los “coleccionistas”, preparadores y naturalistas viajeros recorrían la campiña de nuestro país, que en aquel momento era aun ricas en piezas paleontológicas y arqueológicas.
El Museo de Buenos Aires, al igual que el Museo de Canterbury, exhibía artes y antigüedades además de material más científico.
Cuando Burmeister comenzó a organizar la colección de Historia Natural  al comienzo de la década de 1860, separó los huesos los restos fosilizados de grandes mamíferos extintos  como el “perezoso gigante” que alguna vez recorrió las pampas. El Museo poseía los huesos de las patas y otras piezas del Megatherium, el individuo más completo que existiera de un armadillo, Glyptodon, al menos tres especies de “tigre diente de sable”, Mylodon y el único cráneo conocido de Toxodon. El Museo de Madrid, el único poseedor de un megaterio, tomó posesión de un esqueleto completo de mayor calidad de un completo Megatherium, antes que el gobierno argentino prohibiera la exportación de esas rarezas.
La ornitología era también fuerte, con 500 especies (1500 especimenes) de Europa y aves de Sud América, de las cuales casi la mitad eran especies del viejo continente. Las colecciones de anfibios y peces, aun después de haber retirado ejemplares en malas condiciones, eran de menor interés general. El estudio científico en esos departamentos requería de especimenes completos mantenidos en líquidos fijadores y por ese motivo Burmeister necesitaba importar de Europa contenedores de vidrio de buena calidad de vidrio. Aun así, sin embargo, pudo clasificar las especies de peces del Río de La Plata.
En cuanto a los insectos el clima húmedo invernal de Buenos Aires amenazaba a la colección, llevando a Burmeister a solicitar cuartos separados mas secos para alojar a esos ejemplares. Desafortunadamente al público le era negada  la vista de la hermosa colección de mariposas de Brasil y las mariposas argentinas ya que la luz había destruido los colores tropicales brillantes. Burmeister también ordenó una colección de 550 moluscos marinos coleccionados en todo el mundo y agregó una colección local.
Aparte de los especimenes zoológicos, la colección del Museo de Buenos Aires, la colección botánica incluya muestras de maderas del Paraguay y un herbario de plantas europeas adquiridas en Francia. La división Mineralogía incluía muchas rocas de minas de Chile, al igual que un gabinete de más de 700 minerales de Francia que habían sido adquiridos durante la dirección ejercida por Carlos Ferraris en la década de 1820.
Aun cuando estaba preocupado por las colecciones que albergaba el Museo, aun así Burmeister trató de adaptar la institución para hacerla mas atractiva para el público de Buenos Aires, dándole énfasis  a las áreas de entomología y paleontología y además incentivaba a que los argentinos donaran especímenes y dinero para esas colecciones.
Aun cubriendo los gastos a modo personal, el salía de campaña y donaba lo colectado al Museo. También intercambiaba ejemplares duplicados con naturalistas de Europa y América del Norte. Obtuvo por ejemplo 650 aves de Norte América procedentes del Smithsonian Institution; especimenes de Malasia procedentes de la colección del Museo de Historia Natural de Génova; y aves europeas de la Universidad de Griefswald.

Los comentarios de Holmberg en 1878: irónicos y críticos

Andermann ( sin fecha) interpreta como irónicos los comentarios del joven naturalista argentino, Eduardo Holmberg (1878) cuando  se refiere a Burmeister diciendo:
El Director tiene mucho que hacer; las publicaciones europeas consignan cada año
sus observaciones numerosas, y por lo tanto no puede ocuparse de ciertos detalles, que en realidad no corresponden a un Director del Museo; pero entretanto, el establecimiento no contiene objetos accesibles al público sino por la vista. Los “Anales del Museo” ya no se publican, y es necesario conocer las obras Europeas para saber lo que hay en el Museo de Buenos Aires”.
Andermann también considera los comentarios de Holmberg como un pedido apasionado de un mayor reconocimiento y mayor aporte del gobierno para el museo, en especial en aquellos párrafos que dice:
El Museo esta en lo alto de la esquina formada por las calles de Perú y Potosí, sólo cuenta con cuatro salones, teniendo el mayor de todos 40 varas de longitud...”
“El Museo de Buenos Aires está, pues, mal dotado y peor organizado, no obstante los esfuerzos que el Dr. Burmeister ha hecho para que tal Instituto atraiga de los Poderes Públicos la atención suma que merece por su carácter.”
“Si examinamos las condiciones de su instalación, no podremos menos de reconocer
que son pésimas, pues el vetusto edificio en que se encuentra....”
“La general indiferencia que entre nosotros reina respecto de tan útil e indispensable
Institución.”

Holmberg llevó al lector en una gira por la colección de la institución, destacando que todavía en ese entonces, las pinturas, los objetos arqueológicos, minerales, moluscos los grandes esqueletos fósiles estaban alojados en la sala mayor. Holmberg insistió en que hacia falta dividir al museo en secciones bien demarcadas o departamentos, lo que aumentaría su utilidad científica y la comprensión del público. Tal reorganización, sin embargo, requería de una mayor superficie para las salas del museo, que a su vez necesita de más fondos.
Para Holmberg la falta de patronazgo del gobierno había minado su función como un factor popular en la educación de una manera sutil e interconectada. A pesar que el museo está abierto al público, cada domingo, el ciudadano común no podía comprender lo que estaba expuesto. Los visitantes se tenían que contentar con mirar a los objetos en las vitrinas, dado que tampoco había personal para darles explicaciones.
El examen cercano,  la comparación con otros especimenes no era posible. Además, dado que los Anales habían sido suspendidos, los residentes de Buenos Aires tenían que consultar trabajos extranjeros para poder aprender acerca de los desarrollos científicos en su país.

La personalidad y salud de Burmeister causas del retroceso
El retroceso del Museo, según Andermann, J., se podría haber debido a la edad avanzada de Burmeister  y a su frágil salud, al igual que a su falta de interés en que jóvenes naturalistas argentinos (muchos de los cuales habían sido sus discípulos) asumieran puestos de alguna responsabilidad en el Museo, el cual continuaba viéndolo como de su dominio personal.
Ya en 1874, aduciendo poca salud, había suspendido la publicación de los Anales, reiniciados solo en 1883 por demanda explícita del gobierno.
En cuanto a las  colecciones Andermann dice  que las mismas habían caído en desorden  después que Burmeister  se sumergiera en peleas interminables con la universidad para conseguir mas espacio, el tema del acceso a la biblioteca científica y el mantenimiento del edificio por parte de la universidad. La pérdida del puesto de “inspector” que ocupaba Carlos Berg había influido en eso, quien se había sentido molesto  porque Berg había aceptado el puesto de Profesor de Historia Natural en la Universidad sin haber previamente consultado  a su superior.  .

Escasez de empleados entrenados en la época de Burmeister.
A pesar de que Burmeister llegó a contar con la ayuda de hasta siete empleados ***, este se resistía a la noción de delegar autoridad a sus subordinados. Aun en los dominios que estaban fuera de sus propios intereses de investigación, tal como la ornitología, Burmeister se hizo cargo de arreglar todas las colecciones durante los 30 anos de su gestión. En 1874 se quejaba de que estaba muy ocupado arreglando fósiles para el museo y que no tenía tiempo para su propia investigación y tampoco podía continuar supervisando la publicación oficial del museo, los Anales. Esta reducción en las actividades del Museo ocurrió, no casualmente, cuando el gobierno comenzó a cortarle los fondos.
El salario de Burmeister, originalmente establecido en 1000 pesos mensuales, se incrementó 8 veces en la primera década en el museo. El “inspector “, el empleado que le seguía en salario ganaba un tercio del salario del director.
En ese puesto fue nombrado el Dr. Carlos Berg, quien se concentró en expediciones por territorio   argentino   y uruguayo    originando  importantes colecciones zoológicas.
Luego seguía el “conservador” (curador) y el “cazador”, que ganaban la octava parte de lo que percibía Burmeister. Entre los empleados temporarios estaban el carpintero, el encuadernador, el herrero que producía las armazones de hierro para sostener y exhibir los fósiles. El salario  que se les pagaba correspondía a la rígida organización jerárquica comanda por Burmeister. Este elaboraba complejas decisiones sobre los salarios, contratando o despidiendo a sus empleados.
Al poco tiempo que los Pozzi le reclamaran por un  aumento de salario en 1868, fueron despedidos. Burmeister procuró echar al conservador Alberto Neuto después de seis meses de trabajo, porque su trabajo parecía poco artístico y crudo para el demandante director. A pesar de este comportamiento inicial con el tiempo Burmeister comenzó a suavizarse y se tornó mas considerado a los reclamos de salarios de sus empleados. Durante la mayor parte de su gestión permitió que el “coleccionista”, el Don. Luis Moser, suplementara su salario sirviendo de cuidador nocturno del Museo. Cuando el gobierno, al recortar los gastos en 1876  abolió el puesto de “coleccionista”, Burmeister pidió que se suprimiera el salario del “inspector”, ya que la persona que ocupaba ese puesto, había aceptado un puesto de profesor en la universidad. Burmeister creía que estaba alternativa  iba a afectar menos la moral del resto de los empleados. Cuando el “curador” José Monquillot amenazó con renunciar en 1883, Burmeister le aumentó el salario usando fondos  de otros conceptos presupuestarios.

Burmeister y el  brote de fiebre amarilla y de cólera
Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires tuvieron lugar en los años  1858,1858,1870 y 1871. Esta última fue un desastre que mató a aproximadamente el 8% de los porteños, una urbe donde normalmente el índice de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas, y se pudo contabilizar alrededor de 14 000 muertes totales por esa causa.
En numerosas ocasiones la enfermedad se había instalado en la ciudad proveniente de los barcos que llegaban desde la costa del Brasil, donde era endémica. No obstante, la epidemia de 1871 habría provenido de Asunción del Paraguay, llevada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza; previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes. A su vez el brote cólera registrado entre 1867 y 1869 habia tendio efectos desastrosos sobre la población de Buenos Aires y producido mas muertes que la gfuerra de la Triple alianza.
El 27 de enero de 1867 se conocieron los primeros tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires, los que previamente habían acontecido en Corrientes, Rosario y San Nicolás y llegado el cólera al puerto de La Boca, traído por los soldados que regresaban de la Guerra del Paraguay que bajaban en navíos para el de transporte de tropas  por el Río Paraná. A partir de esa fecha se registró un promedio de diez enfermos diarios y cuando empezó Marzo llegó a 40 muertes diarias, cerrando el mes con 100 muertes diarias y el 4 de abril llegó a 400 fallecimientos. Todas de fiebre. La peste desbordó a los conventillos de San Telmo, siendo importante mencionar que el edificio del Museo, en la calle Perú, esquina Potosí, estaba a pocas cuadras de ese barrio y del epicentro del brote de fiebre amarilla. En tanto el Presidente Sarmiento y el Vice presidente Adolfo Alsina abandonaron la ciudad de Buenos Aires, Burmeister, a pesar de la gravedad del brote estableció que todos los empleados que no se presentaran a trabajar durante la epidemia iban a perder sus puestos de trabajo. El continuó trabajando, al igual que en los brotes de fiebre amarilla y de cólera anteriores, en forma diaria.


Nota:
*A fines de 1862 el gobierno provincial hizo un intento de subordinar nuevamente el Museo Público a la Universidad de Buenos Aires, pero ante la renuncia elevada inmediatamente por su director, H. Burmeister, dio marcha atrás y permitió que éste dependiera directamente del Ministerio de Gobierno de la provincia durante tres décadas mas.
**En la suspensión de la edición de los Anales incidieron otros factores, entre ellos el tiempo que le demandaba editar los textos  y encargar y corregir las litografías que eran enviadas por barco a Berlín.
*** La mayoría de los años Burmeister sólo contó con tres empleados a su cargo.

Bibliografía
Andermann, J. The Museo Nacional de Ciencias Naturales, Buenos Aires. Relics & Selves :articles. (www.bbk.ac.uk/ibamuseum/texts/Andermann05.htm - 124k -)
 Burmeister, G., 1864.-Sumario sobre la fundación y los progresos del Museo Público de Buenos Aires. Anal. Mus. Publ. de Buenos Aires. Entrega Ia. Buenos Aires: 1-11 pp.
Holmberg, E. L.  1878.- El Museo de Buenos Aires. Su Pasado - Su Presente - Su Porvenir, El naturalista argentino, tomo I entrega 2ª, febrero de 1878:33 -43 pp.
Pérez Gollan, J. A. 2001.- Mr. Ward en Buenos Aires: Los museos y el proyecto de Nación a fines del siglo XIX, Ciencia Hoy, Buenos Aires, vol 5, 28.
Sheet-Pyenson, S, 1988. - Cathedrals of Science. The development of Colonial Natural History Museums during the late Nineteenth Century. McGill-Queen’s University Press: 144 p.