Dos escritores
extranjeros Andermann (sin fecha) y Sheet-Pyenson,
1988) y el naturalista argentino Holmberg, (1878) se
han ocupado de darnos una visión de los avatares que debió enfrentar Burmeister
durante las tres décadas (1862-1892) que
estuvo a cargo del Museo Público.
Sigue a
continuación un resumen de la visión dedichos autores.
En vez de tener
su museo subordinado a la
Universidad , tal como había sido dispuesto originariamente en 1854 al crearse la Asociación Amigos
de las Ciencias Naturales del Plata, Burmeister consiguió, al hacerse cargo del
Museo en Febrero de 1862, que se le otorgara la “dirección independiente” del
museo y que se reportara directamente al
Ministro de gobierno de la
Provincia de Buenos Aires.*
Durante las
presidencias de Mitre (1862-1868) y la de Sarmiento (1868-1874) el Museo
prosperó y pudo disfrutar, por lo tanto, de considerable autonomía, y de de un
subsidio inicial de 20.000 pesos.
Burmeister
transformó al museo en una institución organizada de acuerdo a principios científicos, como el dijo, “ordenada de acuerdo a costumbres europeas”.
Cuando el llegó, la colección de aves había sido ordenada de acuerdo al color y
el tamaño. Separando a las cotorras de las pinturas y de la cerámica,
Burmeister dividió al museo en tres secciones principales: arte, historia y
ciencia, dándole énfasis a las ciencias naturales.
Pero fue la División científica, la
parte dominante del museo desde su creación, que particularmente atrajo la atención
de Burmeister, que personalmente era un paleontólogo.
La feliz
relación de Burmeister con el gobierno, que proveía fondos para los gastos
diarios, al igual que para la adquisición de libros, especimenes y el
mantenimiento del edificio, duró aproximadamente 15 años.
Problemas
de finanzas (1876-1892)
Durante el
periodo 1876-1892 los problemas económicos y financieros del Museo se
agravaron. La falta de fondos se extendió a lo largo de 15 años y cuatro
presidencias: desde la segunda mitad de
la presidencia de Avellaneda (1874-1880) y durante los mandatos de Roca
(1880-1886), Juárez Celman (1886-1890) que renunció en el medio de una grave crisis
económica y financiera; y por último Carlos Pellegrini (1890-1892), que completó el mandato..
Hacia la mitad
de 1876, Burmeister recibió la primera de una serie de directivas solicitándole
que cortara los gastos. Ese año, el presupuesto total fue reducido un 15%, a la
suma de 30.000 pesos. Al año siguiente los fondos anuales fueron reducidos a
20.000 pesos. Todas las áreas de la actividad del museo sufrieron como
consecuencia de su primer serio impedimento a su continua expansión. La revista
del museo, Anales del Museo Publico, que
había sido costeada con fondos especiales del gobierno desde su lanzamiento en
1864, suspendió su publicación, la que no se reanudó hasta 1883.**
En el ínterin,
el museo no tuvo revista especial para mantener el canje con los museos
extranjeros y llamar la atención sobre sus descubrimientos. Las restricciones
financieras impidieron por lo tanto la habilidad del museo de incentivar,
diseminar o retribuir las investigaciones basadas en sus colecciones.
Por otro lado la
biblioteca del museo que contenía numerosas publicaciones estaba cerrada al público
a causa de la falta de un bibliotecario Mas aun, la escasez de personal
competente, significaba que la introducción de nuevas atracciones para el público,
como por ejemplo conferencias populares, estaba más allá de discusión.
La reducción
presupuestaria había reducido al Museo de Buenos Aires a una condición tal que
no se podían alcanzar los fines educativos ni los científicos. Una segunda
directriz del gobierno para economizar, emitida en 1881 forzó a Burmeister a
defender su presupuesto. El argumento que los gastos no se podían reducir aun más,
debido al continuo incremento de las colecciones y a los costos crecientes de
los libros científicos y publicaciones periódicas. En realidad, como resultado
de los pocos fondos disponibles, Burmeister había gastado 25.000 pesos de su
propio dinero durante el año anterior. A partir de ese momento en adelante la relación
de Burmeister con el gobierno se deterioró sostenidamente. Los pedidos
especiales eran rechazados si es que
eran contestados. Como resultado de ello ni el staff ni las colecciones recibían
las atenciones necesarias.
Cuando Henry
Ward, el famoso comerciante de fósiles y especimenes para zoológicos visitó en
Junio de 1889, lo que el denominó el “Museo de Burmeister” en la calle Perú,
este había caído en un triste estado de abandono. Ward se quejó de las “destruidas
habitaciones” y el pobre mantenimiento de lo que había sido un buen material.
Ward registró en su diario el alto valor de la colección de fósiles pampeanos
y, dos días después, regresó para hacer una nueva visita. El mismo Burmeister, en ese entonces con 82
años, mantenía las riendas del poder, pero para entonces se había enemistado
con todos, inclusive con su propio hijo, por su tendencia a ser irascible. Sólo
la muerte, tres años después (1892), lo forzó a soltar el control que él había
mantenido del museo durante 30 años. Increíblemente esto ocurrió como
consecuencia de golpe y corte con un vidrio que sufrió en una pierna cuando se
cayó de la parte de superior de una escalera en el propio Museo.
(Sheet-Pyenson, 1988).
Mayor énfasis en las colecciones y biblioteca que en
la exhibición
Al igual que los
directores de museos de otros continentes, los curadores de museos en Argentina
adquirían especimenes a través de las compras, intercambios y las donaciones.
Operando siempre bajo restricciones financieras al igual que en el exterior, pero
haciendo uso de un mayor número de empleados, los museos argentinos (La Plata y Buenos Aires)
volcaron los esfuerzo de sus empleados permanentes hacia la expansión de sus
colecciones. Periódicamente los “coleccionistas”, preparadores y naturalistas
viajeros recorrían la campiña de nuestro país, que en aquel momento era aun
ricas en piezas paleontológicas y arqueológicas.
El Museo de
Buenos Aires, al igual que el Museo de Canterbury, exhibía artes y antigüedades
además de material más científico.
Cuando
Burmeister comenzó a organizar la colección de Historia Natural al comienzo de la década de 1860, separó los huesos
los restos fosilizados de grandes mamíferos extintos como el “perezoso gigante” que alguna vez
recorrió las pampas. El Museo poseía los huesos de las patas y otras piezas del
Megatherium,
el individuo más completo que existiera de un armadillo, Glyptodon, al menos tres
especies de “tigre diente de sable”, Mylodon y el único cráneo conocido de Toxodon.
El Museo de Madrid, el único poseedor de un megaterio, tomó posesión de
un esqueleto completo de mayor calidad de un completo Megatherium, antes que el
gobierno argentino prohibiera la exportación de esas rarezas.
La ornitología
era también fuerte, con 500 especies (1500 especimenes) de Europa y aves de Sud
América, de las cuales casi la mitad eran especies del viejo continente. Las
colecciones de anfibios y peces, aun después de haber retirado ejemplares en
malas condiciones, eran de menor interés general. El estudio científico en esos
departamentos requería de especimenes completos mantenidos en líquidos
fijadores y por ese motivo Burmeister necesitaba importar de Europa
contenedores de vidrio de buena calidad de vidrio. Aun así, sin embargo, pudo
clasificar las especies de peces del Río de La Plata.
En cuanto a los insectos
el clima húmedo invernal de Buenos Aires amenazaba a la colección, llevando a Burmeister
a solicitar cuartos separados mas secos para alojar a esos ejemplares. Desafortunadamente
al público le era negada la vista de la
hermosa colección de mariposas de Brasil y las mariposas argentinas ya que la
luz había destruido los colores tropicales brillantes. Burmeister también
ordenó una colección de 550 moluscos marinos coleccionados en todo el mundo y
agregó una colección local.
Aparte de los
especimenes zoológicos, la colección del Museo de Buenos Aires, la colección botánica
incluya muestras de maderas del Paraguay y un herbario de plantas europeas
adquiridas en Francia. La división Mineralogía incluía muchas rocas de minas de
Chile, al igual que un gabinete de más de 700 minerales de Francia que habían
sido adquiridos durante la dirección ejercida por Carlos Ferraris en la década
de 1820.
Aun cuando
estaba preocupado por las colecciones que albergaba el Museo, aun así
Burmeister trató de adaptar la institución para hacerla mas atractiva para el
público de Buenos Aires, dándole énfasis
a las áreas de entomología y paleontología y además incentivaba a que
los argentinos donaran especímenes y dinero para esas colecciones.
Aun cubriendo
los gastos a modo personal, el salía de campaña y donaba lo colectado al Museo.
También intercambiaba ejemplares duplicados con naturalistas de Europa y América
del Norte. Obtuvo por ejemplo 650 aves de Norte América procedentes del Smithsonian
Institution; especimenes de Malasia procedentes de la colección del Museo de
Historia Natural de Génova; y aves europeas de la Universidad de
Griefswald.
Los comentarios de Holmberg en 1878: irónicos y críticos
Andermann ( sin
fecha) interpreta como irónicos los comentarios del joven naturalista
argentino, Eduardo Holmberg (1878) cuando
se refiere a Burmeister diciendo:
“El Director tiene mucho que hacer;
las publicaciones europeas consignan cada año
sus observaciones
numerosas, y por lo tanto no puede ocuparse de ciertos detalles, que en
realidad no corresponden a un Director del Museo; pero entretanto, el
establecimiento no contiene objetos accesibles al público sino por la vista.
Los “Anales del Museo” ya no se publican, y es necesario conocer las obras
Europeas para saber lo que hay en el Museo de Buenos Aires”.
Andermann también considera los comentarios de Holmberg como un
pedido apasionado de un mayor reconocimiento y mayor aporte del gobierno para el
museo, en especial en aquellos párrafos que dice:
“El Museo esta en lo alto de la esquina
formada por las calles de Perú y Potosí, sólo cuenta con cuatro salones, teniendo
el mayor de todos 40 varas de longitud...”
“El Museo de Buenos Aires
está, pues, mal dotado y peor organizado, no obstante los esfuerzos que el Dr.
Burmeister ha hecho para que tal Instituto atraiga de los Poderes Públicos la
atención suma que merece por su carácter.”
“Si examinamos las
condiciones de su instalación, no podremos menos de reconocer
que son pésimas, pues el
vetusto edificio en que se encuentra....”
“La general indiferencia
que entre nosotros reina respecto de tan útil e indispensable
Institución.”
Holmberg llevó
al lector en una gira por la colección de la institución, destacando que
todavía en ese entonces, las pinturas, los objetos arqueológicos, minerales,
moluscos los grandes esqueletos fósiles estaban alojados en la sala mayor. Holmberg
insistió en que hacia falta dividir al museo en secciones bien demarcadas o
departamentos, lo que aumentaría su utilidad científica y la comprensión del público.
Tal reorganización, sin embargo, requería de una mayor superficie para las
salas del museo, que a su vez necesita de más fondos.
Para Holmberg la
falta de patronazgo del gobierno había minado su función como un factor popular
en la educación de una manera sutil e interconectada. A pesar que el museo está
abierto al público, cada domingo, el ciudadano común no podía comprender lo que
estaba expuesto. Los visitantes se tenían que contentar con mirar a los objetos
en las vitrinas, dado que tampoco había personal para darles explicaciones.
El examen cercano, la comparación con otros especimenes no era
posible. Además, dado que los Anales habían sido suspendidos, los residentes de
Buenos Aires tenían que consultar trabajos extranjeros para poder aprender
acerca de los desarrollos científicos en su país.
La personalidad y salud de Burmeister causas del
retroceso
El retroceso del
Museo, según Andermann, J., se podría haber debido a la edad avanzada de
Burmeister y a su frágil salud, al igual
que a su falta de interés en que jóvenes naturalistas argentinos (muchos de los
cuales habían sido sus discípulos) asumieran puestos de alguna responsabilidad
en el Museo, el cual continuaba viéndolo como de su dominio personal.
Ya en 1874, aduciendo poca salud, había
suspendido la publicación de los Anales, reiniciados solo en 1883 por
demanda explícita del gobierno.
En cuanto a
las colecciones Andermann dice que las mismas habían caído en desorden después que Burmeister se sumergiera en peleas interminables con la universidad
para conseguir mas espacio, el tema del acceso a la biblioteca científica y el mantenimiento
del edificio por parte de la universidad. La pérdida del puesto de “inspector”
que ocupaba Carlos Berg había influido en eso, quien se había sentido
molesto porque Berg había aceptado el
puesto de Profesor de Historia Natural en la Universidad sin haber previamente
consultado a su superior. .
Escasez de empleados entrenados en la época de Burmeister.
A pesar de que
Burmeister llegó a contar con la ayuda de hasta siete empleados ***, este se resistía
a la noción de delegar autoridad a sus subordinados. Aun en los dominios que
estaban fuera de sus propios intereses de investigación, tal como la
ornitología, Burmeister se hizo cargo de arreglar todas las colecciones durante
los 30 anos de su gestión. En 1874 se quejaba de que estaba muy ocupado
arreglando fósiles para el museo y que no tenía tiempo para su propia
investigación y tampoco podía continuar supervisando la publicación oficial del
museo, los Anales. Esta reducción en las actividades del Museo ocurrió, no
casualmente, cuando el gobierno comenzó a cortarle los fondos.
El salario de Burmeister,
originalmente establecido en 1000 pesos mensuales, se incrementó 8 veces en la
primera década en el museo. El “inspector “, el empleado que le seguía en
salario ganaba un tercio del salario del director.
En ese puesto fue nombrado el Dr. Carlos Berg, quien se concentró en expediciones por territorio argentino y uruguayo originando importantes colecciones zoológicas.
Luego seguía el
“conservador” (curador) y el “cazador”, que ganaban la octava parte de lo que
percibía Burmeister. Entre los empleados temporarios estaban el carpintero, el encuadernador,
el herrero que producía las armazones de hierro para sostener y exhibir los fósiles.
El salario que se les pagaba correspondía
a la rígida organización jerárquica comanda por Burmeister. Este elaboraba
complejas decisiones sobre los salarios, contratando o despidiendo a sus
empleados.
Al poco tiempo
que los Pozzi le reclamaran por un
aumento de salario en 1868, fueron despedidos. Burmeister procuró echar
al conservador Alberto Neuto después de seis meses de trabajo, porque su
trabajo parecía poco artístico y crudo para el demandante director. A pesar de
este comportamiento inicial con el tiempo Burmeister comenzó a suavizarse y se
tornó mas considerado a los reclamos de salarios de sus empleados. Durante la
mayor parte de su gestión permitió que el “coleccionista”, el Don. Luis Moser,
suplementara su salario sirviendo de cuidador nocturno del Museo. Cuando el
gobierno, al recortar los gastos en 1876
abolió el puesto de “coleccionista”, Burmeister pidió que se suprimiera
el salario del “inspector”, ya que la persona que ocupaba ese puesto, había
aceptado un puesto de profesor en la universidad. Burmeister creía que estaba
alternativa iba a afectar menos la moral
del resto de los empleados. Cuando el “curador” José Monquillot amenazó con
renunciar en 1883, Burmeister le aumentó el salario usando fondos de otros conceptos presupuestarios.
Burmeister y el
brote de fiebre amarilla y de cólera
Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires tuvieron
lugar en los años 1858,1858,1870
y 1871. Esta última fue un desastre que mató a
aproximadamente el 8% de los porteños, una urbe donde normalmente el índice de
fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de
500 personas, y se pudo contabilizar alrededor de
14 000 muertes totales por esa causa.
El
27 de enero de 1867 se conocieron los primeros tres casos de fiebre amarilla en
Buenos Aires, los que previamente habían acontecido en Corrientes, Rosario y
San Nicolás y llegado el cólera al puerto de La Boca , traído
por los soldados que regresaban de la Guerra del Paraguay que bajaban en navíos
para el de transporte de tropas por
el Río Paraná. A partir de esa fecha se registró un promedio de diez enfermos
diarios y cuando empezó Marzo llegó a 40 muertes diarias, cerrando el mes con
100 muertes diarias y el 4 de abril llegó a 400 fallecimientos. Todas de
fiebre. La peste desbordó a los conventillos de San Telmo, siendo importante
mencionar que el edificio del Museo, en la calle Perú, esquina Potosí, estaba a
pocas cuadras de ese barrio y del epicentro del brote de fiebre amarilla. En
tanto el Presidente Sarmiento y el Vice presidente Adolfo Alsina abandonaron la
ciudad de Buenos Aires, Burmeister, a pesar de la gravedad del brote estableció
que todos los empleados que no se presentaran a trabajar durante la epidemia
iban a perder sus puestos de trabajo. El continuó trabajando, al igual que en
los brotes de fiebre amarilla y de cólera anteriores, en forma diaria.
Nota:
*A fines de 1862 el gobierno
provincial hizo un intento de subordinar nuevamente el Museo Público a la Universidad de Buenos
Aires, pero ante la renuncia elevada inmediatamente por su director, H.
Burmeister, dio marcha atrás y permitió que éste dependiera directamente del
Ministerio de Gobierno de la provincia durante tres décadas mas.
**En la suspensión de la
edición de los Anales incidieron otros factores, entre ellos el tiempo que le
demandaba editar los textos y encargar y
corregir las litografías que eran enviadas por barco a Berlín.
*** La mayoría de los años
Burmeister sólo contó con tres empleados a su cargo.
Bibliografía
Andermann, J. The Museo Nacional de Ciencias Naturales,
Buenos Aires. Relics & Selves :articles. (www.bbk.ac.uk/ibamuseum/texts/Andermann05.htm
- 124k -)
Burmeister, G., 1864.-Sumario sobre la fundación y los progresos del
Museo Público de Buenos Aires. Anal. Mus. Publ. de Buenos Aires. Entrega Ia. Buenos
Aires: 1-11 pp.
Holmberg, E. L. 1878.-
El Museo de Buenos Aires. Su Pasado - Su Presente - Su Porvenir, El
naturalista argentino, tomo I entrega 2ª, febrero de 1878:33 -43 pp.
Pérez Gollan, J. A. 2001.- Mr.
Ward en Buenos Aires: Los museos y el proyecto de Nación a fines del siglo XIX,
Ciencia Hoy, Buenos Aires, vol 5, 28.
Sheet-Pyenson, S, 1988. - Cathedrals of Science.
The development of Colonial Natural History Museums during the late Nineteenth
Century. McGill-Queen’s University Press: 144 p.
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